domingo, 20 de marzo de 2016




“A really strange family”


“A really strange family has come to our neighborhood. The father has a long white 

beard and he always wears a black suit and a black hat. The mother looks through the 

window all day, but she never goes out.

They have two children, a son and a daughter; however, I hardly ever see them.

My mother says that we have to visit them, but I don’t think I’ll do that.

I’m afraid of our neighbors”

This story I wrote a lot of years ago, when I was a kid. They were actors and they were 

shooting a film.


Una familia realmente extraña


“Una familia muy extraña ha venido a nuestro vecindario.

El padre tiene una barba larga y blanca y siempre viste traje negro y  sombrero negro. 

La madre mira a través de la ventana todo el día, pero nunca sale.

Tienen dos niños, un hijo y una hija, sin embargo, casi nunca los veo.

Mi madre dice que tenemos que visitarlos, pero yo no pienso hacerlo. Tengo miedo de 

nuestros vecinos”

Esta historia la escribí hace muchos años, cuando era un niño. Ellos eran actores y 

estaban grabando una película.


domingo, 28 de febrero de 2016



Voy   a ir dejando algunas de mis composiciones en inglés. Son sencillos ejercicios hechos en clase. Que espero os gusten y os ayuden.


A DIFFICULT DAY
                                                                
It was a hot day. The night had been hard too. He had slept barely. In the morning, when the clock rang, he got up sleepy.
He was late to the school. He had a shower and a coffee quickly and he drove to job.
Suddenly he noticed a strange noise, then his car stopped.
“What do I do now?” He wondered.
He turned off the car, then he took the cell phone but it didn’t work. He had forgotten to recharge its battery.
He waited.
The police stopped, he explained them what was happening.
“It’s Sunday” They told him.



Traducción
Un día difícil
                                                             
Era un día caluroso. La noche había sido dura también. Había dormido muy mal.
Por la mañana, cuando el reloj sonó, se levantó adormilado.
Iba tarde a la escuela. Se dio una ducha u tomó un café rápidamente y condujo al trabajo.
De repente, notó un extraño ruido, luego su coche se paró.

-        ¿Qué hago ahora?  -se preguntó.
Cerró el coche, luego cogió el móvil pero no funcionaba. Había olvidado cargar la batería.
Esperó.
La policía paró, él les explicó lo sucedido.


-        Es domingo. Le dijeron.

viernes, 19 de febrero de 2016


VOLVER A SER

Llevaba horas delante del televisor, mirando sin ver en la pantalla esa maraña en blanco y negro como millones de hormigas en lucha. La nada saliendo desde el receptor para inundarlo todo. Y en su ensimismamiento, Tomás no percibía el paso del tiempo. Podían haber pasado horas o días, tal vez semanas, pero un corte de luz le sacó de golpe del estado de letargo en el que estaba. La pantalla que hacía unos instantes lo hipnotizaba hasta la inconsciencia, se quedó de pronto negra, y fue como recibir una bofetada, un jarro de agua golpeándole en el rostro o una bocanada de aire que le sacara de su modorra.

De repente se dio cuenta de que el tiempo transcurrido sin moverse, le había entumecido algo más que el alma o el cerebro. Con mucho trabajo logró mover el cuello, poco a poco se fue incorporando, comprobando el estado desastroso en el que se encontraba.

Lo primero fue abrir las ventanas para renovar la atmósfera cargada del salón. La luz entró provocándole sensaciones olvidadas.

El aire olía a jarzmín y a primavera.

Se miró en el espejo del baño, casi no reconocía a aquel desconocido que le miraba detrás de esa barba descuidada y esa melena enredada.

Él, que siempre había sido una persona ordenada, atildada, elegante, cuidadosa se había convertido en un ser desaliñado y repugnante. Ella era la causante de su estado, ella la que le había empujado a la desesperación, a la deshora. Ella la que le había tratado como a un muñeco, la que lo había utilizado hasta que ya no le sirvió para sus fines y lo abandonó como se abandona a un juguete roto.

Él, que había sido el protagonista absoluto, el éxito personificándose en un hombre.

Era consciente de que había sentido que se le iba la vida sin ella, pero se negaba a caer más hondo en su miseria. Se rapó el pelo, su hermoso pelo negro, envidiado por todos sus conocidos y rasuró la barba que había colonizado su hermoso rostro, otrora bronceado. Estuvo bajo la ducha caliente mucho, mucho tiempo, intentando borrar tanto abandono, tanto asco, tanta injuria, tanta traición. Sin secarse siquiera, fue a la cocina, cogió una bolsa de basura y en ella metió todo lo que le recordara a ella y a ese ser inhumano en el que lo había convertido.

Con desinfectante limpió todo el apartamento hasta quedar exhausto y entonces se dio cuenta que estaba hambriento. Como de costumbre, en su casa no tenía nada para comer. Se puso unos vaqueros y una camisa blanca, unas sandalias de hacía muchos años, cuando aún era un joven universitario y se fue al restaurante de la esquina, donde solía cenar a la vuelta del trabajo. A pesar de haber estado allí en tantas y tantas ocasiones, Ramón, el barman, ya no lo reconoció.

- Buenas tardes, Ramón.
- Buenas tardes, señor. ¿Qué va a tomar?.

No lo había reconocido. Ellos que durante años habían hablado de fútbol, de toros y de la familia, de política, de cine y de mujeres.

Aquella sensación de ser otra persona no le disgustó. Llevaba puestas sus viejas gafas de pasta en contra de la costumbre de llevar lentillas que ELLA le había recomendado. Comió sólo, leyendo la prensa, ávido de noticias. Hacía semanas que no había sabido nada del mundo. Pero el mundo seguía como siempre, con los mismos problemas, las mismas noticias, las mismas esperanzas, las mismas ilusiones.

Pero al llegar a la sección de noticias locales no pudo evitar una sonora carcajada.

Ramón, el camarero, le miró sonriendo, sin comprender qué era lo que hacía tan feliz a su nuevo cliente.



jueves, 19 de febrero de 2015




Sentada ante el papel en blanco, contemplo pasar la gente por la ventana del despacho.

Los papeles se acumulan sobre la mesa. El teléfono lo he desconectado. Tengo algunas citas esta tarde, pero ya no puedo anularlas. Tendré que acudir a ellas a pesar de mi desgana.

Me he levantado llena de apatía. He ido a la Audiencia a resolver algunos casos que menos mal que eran de puro trámite. Y después me he arrastrado como he podido hasta aquí.

Contemplo el desastre que son los expedientes que tengo que abrir, estudiarlos, prepararlos y encargar los trabajos a mis colaboradores. Pero no puedo. Una gran apatía se ha apoderado de mí.

Él se fue anoche dando un portazo. Es verdad que desde hace un tiempo las cosas no iban bien entre nosotros, pero no quería que pasara, o tal vez lo estaba deseando ¡no sé!. Y ahora se me abre un futuro en el que ya no seremos dos.

Y lo cierto es que no sé lo que realmente ha pasado. ¿Exceso de trabajo? Quizás nos hemos ido alejando sin darnos cuenta hasta que nos hemos convertido en dos extraños.

Al principio buscábamos cualquier ocasión para disfrutar de momentos especiales. Un encuentro en un restaurante, una escapada nocturna, un paseo por la montaña, una mañana de domingo bajo las sábanas.... con el tiempo la monotonía se ha apoderado de esta relación, hasta que ha llegado lo inevitable. Lo echo de menos, claro que lo echo de menos. Me gustaría volver atrás en el tiempo y no dejar que el aburrimiento se apoderase de una relación perfecta como la que teníamos. ¿Qué hacer ahora? Desde luego la indiferencia es el peor de los refugios.

Me he ido dando un portazo. Pero en realidad no quería irme. La amo, eso es indiscutible. Pero vivíamos en la misma casa sin vivir una vida en común.

¿Qué nos ha pasado?

No le echo la culpa a ella, tal vez es de los dos. Su trabajo, mis negocios, los viajes....

Siento una profunda tristeza, no quiero, no puedo, vivir sin ella. ¡Me niego! Debe haber una salida, una solución. 7 años de amor no pueden tirarse por la borda de una manera tan simple. Somos dos personas inteligentes y deberíamos saber salir del atolladero. Lo mejor es hablarlo.

Suena el timbre de la puerta. En la casa no parece haber nadie. Carlos se sienta en la escalera y espera. Su móvil vibra, pero no es la llamada que le gustaría recibir y la rechaza.

Empieza a sentir frío y se acurruca dentro de su abrigo de ejecutivo. Se adormece. No sabe el tiempo que ha pasado así, cuando una mano le sacude levemente en el hombro. Tal vez ha llegado el momento de empezar de nuevo.


viernes, 14 de noviembre de 2014

CAÍA LA TARDE
Rebeca lucía un vestido color camel, camisero y entallado que le sentaba de maravilla.

Elena se había puesto un pantalón negro y una camisa salmón que resaltaba su piel morena.

Habían pasado el día de fiesta, entre amigos, copas, bailes, alumnos y padres.

Era el día de fin de curso y en el colegio se celebraba una convivencia que era una tradición desde hacia muchos años.

Muchos habían comenzado a marcharse y ellas estaban deseando encontrar un momento a solas. La noche se prometía cálida y dulce.

Tras despedirse de los últimos compañeros y compañeras caminaron por las calles antiguas de la ciudad, charlando, comentando las anécdotas del día. Alegres, felices, todavía presas de la euforia del éxito de la fiesta y por algunas copas.

Eran jóvenes y llenas de vida y de amor.

Llegaron a un pequeño jardín y buscaron el rincón más oscuro. Y ahí dejaron salir el beso que les ardía en los labios. Un grupo de jóvenes cruzó, entre bromas, el jardín. Y comenzaron a cantar esa canción de Mecano que tanto les gustaba... "Unos novios comiéndose a besos".... y siguieron su camino entre risas.

Rebeca y Elena, un poco sobresaltadas, decidieron volver a casa sin perder un momento.

Aquel, habían sido un grupo educado y respetuoso pero el próximo podía no serlo. Mejor no tentar a la suerte. 

Y ambas pensaron que sería bonito poder besarse a la luz del día y ante los ojos de todo el mundo. Pero, desgraciadamente, la TOLERANCIA, aún no era una virtud extendida entre toda la ciudadanía. Aunque se había conseguido mucho quedaba mucho también por alcanzar.

viernes, 24 de octubre de 2014

APROXIMACIÓN A UNA HISOTRIA ESCUCHADA
- Bueno, ya está bien. ¡20 años diciendo que tendríamos que casarnos! ¿No te cansas? ¿Para qué necesitamos papeles? Si nos queremos, después de tantos años, nos queremos, nos seguimos queriendo. Eso es lo importante. Tenemos dos hijas preciosas, inteligentes, trabajadoras, cariñosas. ¿Qué necesidad tenemos de pasar por la vicaría? Bueno, por la vicaría no paso ni muerta. -Y se reía con un guiño hacía él.

Esa era la respuesta de ella siempre que él sacaba el tema de la boda. Y él con  infinita paciencia seguía esperando el momento en que ella le dijera que sí. Porque estaba seguro que ese día llegaría.

Y llegó. Una tarde, de un recién estrenado otoño, al llegar a casa, la encontró sentada en la ventana, mirando al monte. Ese que habían recorrido tantas veces en todos estos años. La encontró tranquila y concentrada. Tanto que no le oyó llegar. Y al acercarse dio un respingo y comenzó a reír.
- ¡Qué susto, demonios!
- Estabas muy seria. ¿En qué pensabas?
- Lo he decidido
- ¿Has decidido... qué?
- ¿Quieres que nos casemos? Pues venga nos casamos. Pero tiene que ser en el puente de octubre.
- Pero ¿qué dices? Hay mucho que preparar, los invitados, las invitaciones, el salón, ¡LA IGLESIA!, el VIAJE.
- De iglesia nada. Los invitados tus hermanos y los míos y los sobrinos y sobrinas. Nuestras niñas y nosotros, ya está 30 personas que caben en cualquier sitio, no te preocupes. Lo tengo todo controlado.
- ¡Está bien! Yo lo que quiero es casarme lo demás me da igual como tú lo hagas estará bien.

Y la estrechó entre sus brazos, con ese abrazo de oso que a ella tanto le gustaba, cálido y tierno. Y la cubrió de besos y rieron.
- Ahora, ahora sí que soy plenamente feliz.
- ¡Tonto!

Y comenzó la locura de buscar en el juzgado una fecha libre. Y como querían que los casara su mejor amigo, que era concejal, tuvieron que trasladar todos los papeles al juzgado de la circunscripción de del concejal. No fue fácil: el papeleo, el inmovilismo de algunos funcionarios... pero a ella no se le ponía nada por delante. ¡Ya estaba todo listo! El 11 de octubre sería la boda.

Ahora que ya estaba todo preparado había que hablar con los invitados.

Lo primero fue ir a decírselo a los hermanos y hermanas de él. Organizaron una merienda y a los postres anunciaron la buena nueva. Se hizo el silencio y después vinieron las felicitaciones y los brindis.
- Parece que a tus hermanas no las hace mucha gracia la boda.
- No seas boba, es que les ha cogido por sorpresa.
- No creo que piensen que después de tantos años me caso contigo por tu dinero.
- ¡Anda, no digas tonterías!.
Y rompieron a reír de vuelta a casa.

Al llegar al hogar él se sintió indispuesto, pero no dijo nada para no preocuparla. Habría sido el vino o la merienda, pensó y se metió en la cama. Pero el dolor iba a más y cuando ya se hizo insoportable la despertó con suavidad.
- Amor, despierta, me encuentro mal.
Y ella de un salto salió de la cama y le tomó las manos, que le ardían igual que la frente, que tenía cubierta de sudor.
Llamó al médico y no había transcurrido una hora cuando ya estaba ingresado en la UCI del Hospital General. Fueron horas de angustia. Pruebas y más pruebas que no detectaban el origen del dolor y de la fiebre.
Días de desasosiego y desesperación. Y al final, le dijeron que se trataba de una bacteria que llevaba latente en su organismo mucho tiempo. El dolor y la fiebre iban remitiendo gracias a los calmantes y a los antipiréticos. Pero "el bicho" podía llegar al corazón y provocar la muerte. No podía moverse del hospital.
Y estaban a tres días de la boda.
- A ver, doctor, nosotros nos casamos dentro de varios días. ¿Puede salir solo para la ceremonia y después de vuelta al hospital?.
- Seria una insensatez completa. -respondió el médico de forma contundente.
Pues entonces, pensó ella, si él no puede salir, tendré que traer el evento al hospital. Y en 24 horas logró un nuevo traslado del expediente y consiguió a una persona que pudiera oficiar en el hospital. Ya que había tardado tanto en decidir  casarse, un "bicho" no iba a lograr anular la boda.

Y así sucedió todo. A las hermanas, tanta precipitación no les había hecho mucha gracia. ¡Qué prisas!.
Afortunadamente tras varios días más de hospitalización le dieron el alta completamente curado.
Ahora había que celebrarlo con la familia y los amigos.

Al pasar con una amiga por una tienda que estaba en liquidación, decidieron entrar. Un hermoso vestido de fiesta llamó la atención de la amiga que quiso probárselo, pero le quedaba pequeño. 
- Pruébatelo tú.
Y la verdad, le sentaba como un guante, algo se les escapó de la boda, y la dependienta solícita, desapareció y regresó con el mismo vestido pero en blanco. Apropiado para la celebración.
Ya tenía vestido. Y al salir de la tienda pasaron por el restaurante de otro amigo, que estaba en obras. Entraron.
- Mira, quiero hacer una comida pasado mañana para 30 personas, ¿tú podrías?.
- Bueno, aquí no, porque ya ves como está, pero en el otro restaurante de la parte baja, te preparo una cena para 30 en menos que se persigna un cura loco.
- Perfecto. Pues nos vemos el viernes.

Y a todo correr, llamó a todo el mundo y todos esperaron que llegara la novia a las puertas del restaurante.
Algunas habían ido sin mucho arreglo. Y ella bajó del coche nupcial con su hermoso vestido blanco, radiante y hermosa (que para eso era la novia) y él se quedó fascinado ante la imagen de su esposa y todos aplaudieron entusiasmados. Y ella reía del brazo de su amado, que también iba elegante y refinado.

Y fueron felices ese día y todos los venideros. Y serán felices por siempre porque se aman y eso es, al fin y al cabo, lo más importante de esta historia.


miércoles, 1 de octubre de 2014


LAS AMAZONAS CABALGAN DE NUEVO

¿Cuánto tiempo hacía que no nos juntábamos? 20 o 25 años tal vez más.

Pero este verano, después de tanto tiempo, hemos vuelto a cabalgar de nuevo ese grupo de "jóvenes locuelas" que nos reuníamos antaño. Y todo ha sido igual que antes. ¡Qué dicha haber compartido unas horas con todas ellas! (Alguna no pudo estar, pero seguro que estará en la próxima). Y cada una de nosotras sigue siendo aquella que era, que ha sido siempre.

Lo más importante es que a pesar del tiempo transcurrido, nos seguimos queriendo como siempre lo hemos hecho, seguimos siendo cómplices de todas nuestras hazañas.

Con más canas, con alguna arruguita, con algún kilo de más pero con la misma risa pronta a brotar de los labios, con el brillo en los ojos ilusionados. Cada una de nosotras tiene su historia, pero todas tenemos en común el recuerdo imborrable y maravilloso de aquellos veranos especiales, cuando esperábamos con ansia la llegada de Lupe (nuestra Lupita) desde Vitoria a Villanueva, locas de contentas nos poníamos cuando llegaba ¡qué veranos!. Ella era la argamasa que nos llevaba, unidas, de un lado para otro. Y sigue manteniendo su espíritu alegre e indómito. Su fuerza y sus ganas de ser feliz.

Geno, con su parsimonia y tranquilidad amansando la locura del resto. Ángeles con sus preguntas siempre, todo tiene que estar claro sin ningún resquicio de duda, su nobleza, su gracia. Encarni, con su pizca de acidez y su risa incontrolable, con sus ocurrencias que nos han arrastrado siempre a pasárnoslo genial. Aurori con sus golpes (de jovencita la llamábamos "martillo" ¿os acordáis? yo me acabo de acordar ahora mismo) con sus manualidades y tantos libros leídos (como casi todas, que nos encanta leer). Y Toni tan graciosa, que aunque no pudo venir estaba presente en todas nuestras conversaciones.

¡Qué noche! fue como retroceder en el tiempo.

Gracias a las redes sociales ahora estamos en contacto diario. Y nos reímos y compartimos opiniones y experiencias. Nos reímos y reflexionamos sobre nuestras cuitás y la sociedad, sobre la amistad o la política, y estamos deseando volver a juntarnos otra vez para echar unas risas.


martes, 23 de septiembre de 2014

MIS PORRONCITOS
Cuando aún no había acabado mi carrera de maestra, mi querido padre insistió en que debía sacarme el carnet de conducir, porque siendo maestra cuando aprobara oposiciones me podrían mandar a cualquier remoto lugar de nuestra geografía (como efectivamente me ocurrió, otro día lo cuento) y teniendo carnet (y coche) podría tener toda la independencia de ir y volver a casa o vivir en algún pueblo grande donde tener más opciones para todo.

Y yo, hija obediente (y que estaba deseando aprender y conducir) me puse manos a la obra y me saqué el susodicho permiso.

Y claro, loca de contenta, llegué con el cartoncito provisional deseando coger su coche. Ese día era ya de noche y teníamos que ir a un pueblo cercano (el motivo no viene al caso, pero lo recuerdo) y él, un hombre de mucho asiento, me dijo que de noche era distinto conducir que de día, que el cartoncito que me habían dado no quería decir que yo supiera conducir, sino que estaba en camino de aprender. Testaruda yo, insistí, y al final cedió y me puse al volante de su SEAT 850, la niña de sus ojos, después de mi madre y sus hijos.

Ya en carretera, al cruzarme con las luces del primer coche, creí que me faltaba asfalto y con un susto de mil demonios paré le coche y le dije:
- Papá, tienes razón, conduce tú hasta que yo aprenda bien a medir las distancias.
Él sonrió y no dijo nada más.

Poco después me compró mi primer coche un seiscientos blanco de dos puertas, que se abrían de adelante hacía atrás al que llamé PORRONCITO. Con él pasé mil aventuras y disfrute muchísimo. Pero al llegar el invierno notamos que se mojaba al pisar los charcos, ¿lo normal? sí, lo normal es que se moje por fuera, pero este se mojaba por dentro, tenía los bajos picados y me compró otro, el mismo modelo y además éste solucionaba no solo el problema de los "charcos" sino también el del calentamiento (no el global) sino que para ir a Badajoz tenía que parar tres veces para echarle agua porque se calentaba una barbaridad y casi lo solucionaba con una "orejeras" que el anterior propietario le había puesto en los laterales y que, en la marcha, le permitía entrar aire al motor con lo que se calentaba menos (pero se calentaba).

Recuerdo que mi abuela siempre quería montar en mi seiscientos porque iba más "calentita". Claro el sistema de calefacción consistía en una palanca que abría una rejilla detrás del asiento trasero y entraba el calor del motor, esto coches llevaban el motor atrás. En verano no la abríamos, pero el calor se notaba igualmente. Bueno un poco menos.

A este segundo "seina" le llamé PORRONCITO PICHIRUCHI, y también tuve un montón de correrías con él. Mi padre, al que le gustaban los coches y la buena charla con los amigos, descubrió otro seiscientos, pero este el último modelo, "E", que abría sus dos puertas como los coches actuales. A este le llamaba "PORROCINTO PICIRUCHI DOS". Este Porroncito además incorporaba como extra un desconectador de batería. Que era como un tornillo que yo quitaba cada noche y que impedía que el coche arrancara aunque me hicieran un puente. Y esto permitió que no me lo robaran en Badajoz, durante mi época universitaria, una noche en la que me abrieron la puerta (que tampoco era muy difícil) y me manipularon los cables de arranque para llevárselo.

He recordado mis seiscientos por la foto que puso el otro día una amiga del Facebook (bendito invento) y he querido contárosla.

Lo que sí tengo que afirmar es que gracias a mi padre y a su consejo de sacarme el carnet hoy trabajo de maestra, (profesión que adoro y que me hace muy feliz) por lo que le estoy muy agradecida, por eso y por haber tenido el privilegio de haberlo tenido como padre.

Se que ahí donde estén, él y mi madre, siempre están conmigo, lo sé.


jueves, 7 de agosto de 2014

HABÍA SALIDO DE CASA......
Había salido de casa al volante de su coche. Sin darse cuenta se encontraba en el chalet de sus amigos Pedro y Laura. Al mismo tiempo entraban también Pablo e Inma. Entraron todos juntos en animada charla.
- ¿Qué tal estáis?
- Bien
- No muy mal
Las frases y preguntas se atropellaban.

Hablaron de muchas cosas. Cada cual lanzaba su opinión y los demás rebatían o afirmaban.
De pronto ella sintió la necesidad imperiosa de marcharse:
- Reme no sabe donde estoy, es tarde, me voy
Y todos se levantaron e iniciaron la partida.

Pedro los acompañó hacia la puerta.
A Paula le llamó la atención el enorme socavón que había en medio del jardín y en una de sus paredes, como incrustado la silueta de un gato negro, quiso comentárselo al dueño del lugar pero en ese momento el animal huyó despavorido.

De repente se había quedado sola era noche cerrada, y estaba junto a un grupo de jóvenes que bailaban y bebían, cantaban y reían.

Entre ellos estaba Andrés, el hijo de Pedro y Laura.
- Estoy buscando mi coche. Juraría que lo dejé debajo de aquel árbol. Tengo que marcharme, no he dicho donde iba y ya sabes como es....

De pronto un ruido de sirenas inunda el aire. Las luces de ambulancias y coches de policía iluminan todo.
- ¿Qué ha ocurrido?

Todos corren hacía el tumulto. Es un puente por el que pasa la carretera. Una enorme grúa saca un coche.

Paula se queda estupefacta al comprobar que es el suyo. ¿Cómo ha llegado hasta allí?

Y ve a Reme en los brazos de Laura, llorando desconsoladamente y gritando:
-¿Por qué? ¿por qué?

Intenta correr hacia ella y explicarle lo que ha sucedido pero por más que intenta aproximarse, no lo consigue.

Despierta empapada en sudor; en su cama, su habitación. Reme no está acostada a su lado. Corre en un mar de lágrimas y la encuentra en el salón, tranquilamente sentada fumando un cigarrillo.

La abraza.
- ¿Qué te pasa?
- ¡Dios! He tenido una horrible pesadilla


miércoles, 28 de mayo de 2014

AGUJA DE PLATA
Nunca me ha gustado coser. Nunca, nunca, nunca. Y   a mi madre, una mujer de su casa, se le llevaban los demonios. Me decía:
- Hija, tú la aguja de "plata".
Que quería decir que nunca daría una puntada. Y efectivamente mientras ella vivió, yo, no cogí una aguja.

Mi madre era una mujer muy "hacendosa". Cosía muy bien, cocinaba mejor, tricotaba, hacía ganchillo, blanqueaba... en fin, todas las tareas de la casa se le daban de maravilla. En los últimos años de su vida demostró que también era una artista. Descubrió las manualidades y lo mismo te pintaba las figuras de una nacimiento, que un portarretratos, que jarrones y cuadros.

Desgraciadamente murió cuando acababa de cumplir los 72 años.

La perdí y me dejó un hueco muy grande en el alma. Hace ya muchos años que no está conmigo; pero aún recuerdo cuando llegaba a casa, tras el trabajo, en la Plaza de España, enfrente del Ayuntamiento, subía las escaleras y ya percibía el aroma de sus guisos. Y al abrir la puerta la luz que iluminaba el salón también iluminaba su cara con una sonrisa. Y el beso, siempre el beso al llegar y al marcharme. ¡Cómo echo de menos sus lentejas! Nadie las hace tan ricas como las suyas. O el arroz de los domingos o su pollo en salsa con patatas fritas en daditos, o sus roscos, bizcochos o pestiños (¡Ay, sus pestiños! ¡Qué ricos!) Cada guiso con su aroma, con su toque que los hacían especiales y únicos. Y ¡ese arroz con leche!, hasta mi sobrina Esther me dijo en su último viaje.
- Nadie hace el arroz con leche tan rico como lo hacía la abuela.

Josefa, se llamaba mi madre, la señor Josefa, la llamaban las vecinas y vecinos. Que hoy en día después de tantos años aún me paran y me dicen lo buena y simpática que era, lo que la recuerdan y echan de menos.

Las dependientas de las tiendas la trataban siempre con respeto y cariño. Siempre bromeaba con ellas. Y ellas se reían con sus cosas.

Mi madre era andaluza, pero no tenía acento de ningún sitio. Porque había vivido en muchos sitios, de niña en el Madrid de la postguerra y después, por la profesión de mi padre, recorrimos otros pueblos y ciudades. Pero siempre le quedaron expresiones de su tierra, que a veces me salen de forma espontánea y me cogen desprevenida y me digo:
- Cucha, como decía mi madre.

Era bajita pero dispuesta, que ni las más altas eran capaces de hacer las cosas como ella de bien.Su pelo corto, con unas ondas preciosas, se le fue poniendo blanco poco a poco, pero con unas canas tan bonitas que eran la envidia de sus amigas y la admiración de su peluquera.
Le gustaba pintarse los labios y me hacía gracia cuando se pintaba las uñas porque las de la mano derecha no se daba maña y terminaba pintándoselas yo.

Cuántas veces, en estos años, he recordado lo de la aguja de plata. Cuando me pongo a coser un botón o una bastilla descosida y tardo en enhebrar la aguja un siglo o me pincho cien veces. Ella quiso enseñarme, pero yo no me dejaba. Bueno aprendí a hacer vainica, y hasta lo intenté con el punto yugoslavo y con el bastidor, pero cuando se distraía yo dejaba esas labores y me escondía a leer un libro. Y mi hermana terminó por convencerla de que lo mío no era la aguja sino los libros. Así que muchas veces mientras ellas cosían o bordaban yo les leía y así disfrutábamos todas.

En fin, mi madre era una gran mujer y una excelente persona. Tenía sus "cosillas" como todo el mundo. Y yo la quería, ¡cuánto la quería!.