martes, 26 de marzo de 2013

LA VIEJA PAPELERÍA

Siempre me han encantado la papelerías tanto como las librerías y las imprentas.

Recuerdo la que había al lado de la casa de mis padres. Y recuerdo a la señora que la regentaba. Menuda y vivaracha. Diligente y dispuesta. Siempre con su bata-guardapolvo y su rebequita encima. Con gafas de montura de pasta en la línea superior y metálica en la zona que bordeaba los cristales. Inteligente y culta. Educada y religiosa.

El despacho de la papelería era un lugar lleno de magia para mí. Lo primero que encontrabas, antes de llegar a la puerta, era un escaparate profundísimo de cristaleras inmensas, estantes laterales de cristal y al fondo una puerta de madera que a veces se abría para coger algún artículo o colocar otro, siempre las manos ágiles y delgadas de la señora Anton.

Al cerrar, a última hora, delante de los cristales se colocaban contraventas de madera enormemente altas, que cerraban a las luces nocturnas la magia de aquel lugar.

Un umbral de mármol, alto y algo desgastado en el centro, daba paso a una dependencia de techos infinitamente lejanos. Un mostrador de madera, con vitrinas-cajoneras de cristal, se interponía entre la dependienta y los clientes. En él se mostraban hermosas plumas estilográficas, plumines, tinteros de tinta china, bolígrafos elegantes en estuches finísimos, verdaderas preciosidades a mis ojos infantiles.

Me gustaba que hubiera clientes cuando tenía que ir a comprar algo. Eso me daba la oportunidad de observar las altas estanterías que llegaban hasta el techo. Una escalera de mano permitía acceder a los estantes más altos. Observar y oler. ¡Qué olores los del papel!.

Los cuadernos sin muelles de una raya. de dos o de cuadritos; las libretas apaisadas de colores austeros: azul, verde oscuro, marrón, con pastas de cartón fuerte, fuerte. De tamaño cuartilla o las pequeñas, diminutas, que parecían destinadas a pertenecer a los duendes que sin duda rondaban entre los folios y los libros de contabilidad. Las cajas de lápices, de gomas de borrar, de sacapuntas, los compases, las reglas, los lápices de colores ALAPINO, los bolígrafos BIC (Bic naranja escribe fino, Bic cristal escribe normal, Bic, Bic, Bic, Bic, Bic. ¡Qué bien me acuerdo del anuncio!). Las blondas y los "gorritos" para las magdalenas. Todo me resultaba maravilloso.

Y en un rincón, detrás del mostrador, una mesa camilla donde reposaba el libro en el que leía ella o los cuadernos donde anotaba las cuentas de la imprenta.

Con el tiempo también entré en el almacén o la trastienda. ¡Oh! Un mundo inmenso de artículos infinitos, cómo disfrutaba cada vez que allí entraba.

Hoy el despacho está cerrado. Anton murió hace muchos años, pero siempre que paso por allí recuerdo con cariño ese trozo de mi pequeña historia.

4 comentarios:

  1. Me encantaba a mi también, el olor... ummmmmm, aun lo recuerdo bien, era lo que más me llamaba la atención, pero también creo recordar el suelo, era de madera?. Para mi era, igual que para ti, un sitio alucinante, con las gomas de borrar de olor a nata, te acuerdas?. Siempre que paso espero encontrarla abierta y ya nunca es asi, también me dio pena ver cerrada la casa de tus padres, te recuerdo a ti alli. (ahora solo te falta saber quien soy), besos guapa y gracias por recordarnos tantas cosas.

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  2. Pues sí, sólo me falta saber quien eres. Pero me lo imagino, amiga

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  3. Yo también recuerdo las colas que hacíamos al empezar el curso para comprar los libros y recuerdo esas estanterias..ya intuí que era Anto antes de leer su nombre...A mi siempre me encantaron las librerias...en mi calle había una y me pasaba el día mirando el escaparate .La que monté en mi casa hasta que me compraron el bolígrafo Carioca de 12 colores que pusieron un día en el escaparate, imagínate lo que se vacilaba por entonces....Bueno Paqui no puse nombre porque no se..Soy Pepa Morcillo....

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  4. Bienvenida, Pepa. Espero que sigas visitando mi blog que hago con tanta ilusión. Un saludo

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