jueves, 28 de marzo de 2013

MIÉRCOLES SANTO

Ayer fue miércoles santo. Procesionó la Hermandad de Nuestro Padre Jesús el Nazareno  y la Santísima virgen del Calvario, de la que soy hermana.

Es curioso, yo, que no soy nada religiosa, que incluso me planteo la existencia de Dios y que por supuesto cuestiono la iglesia de oropeles y boatos. ¡Son contradicciones del ser humano! 
No voy a justificarme ni a excusarme, simplemente esto es así y es lo que hay. 

Tengo buenos amigos entre la curia, pero son curas de a pie; apegados a las gentes, que me conocen y me quieren tal como soy, en la sencillez y la franqueza. Saben mis opiniones en cuanto a la iglesia pero me reciben en su "casa" con los brazos abiertos.  Saben q abogo por una enseñanza laica pero respetan mi criterio. Y me quieren, simplemente, como soy. No ven en mi ningún peligro, porque no supongo peligro alguno.

Pertenezco, como digo, a la Hermandad desde hace muchos, muchos años. Fue mi madre la que me apuntó. Yo cumpliría la promesa q ella hizo si aprobaba oposiciones de maestra, y las aprobé. Y me hicieron mi túnica y mi capa, y el capirucho y el velón, y me puse la medalla, bendecida, y procesioné. No se cómo explicar aquella experiencia que repetí muchos años mientras mi querida madre vivió. 

Ver salir al Nazareno, tan hermoso, me provoca una emoción muy grande siempre.
Pero el año que me embargó esa sensación con mayor intensidad, fue la primera vez que mi madre ya no estaba. No pude refrenar las lágrimas. La eché tanto de menos ese día que ya nunca más he procesionado. 

Cuando ella vivía, me preparaba el atuendo y ella se ponía su mejor traje, se arreglaba para salir juntas e iba a mi lado en la procesión tan orgullosa. Con tanta túnica y tanto capirucho idénticos, a veces se despistaba y me buscaba, y yo le enseñaba mi zapato por debajo de la túnica, como hacia la mamá en el cuento de "Los 7 cabritillos", ella reconocía el zapato y dejaba de buscarme. Así muchos años. 

Pero aquel año, en la soledad del " capirucho", nadie acompañaba mis pasos y le lloré, le lloré mucho y la extrañé; ya no he sido capaz de volver a estar sola vestida dentro de mi túnica de penitente. Que permanece colgada en el armario recordándome a mi madre y la hermosa sensación de soledad que sientes al caminar en silencio y en el anonimato. 
Y la medalla del Nazareno en mi mesilla de noche, muy cerca de mi cabeza, como dándome el conocimiento necesario para aguantar las memeces y tonterías de tanto mentecato como anda suelto. 

Ahora soy yo la que acompaño a mi Rosa, que es costalera de la Santísima Virgen del Calvario, a quien doy ánimos que ella me devuelve con creces, a quien doy agua en su sed y compañía en su procesionar, en su esfuerzo y de la que me siento también tan orgullosa.

Esta iglesia está llena de contradicciones. ¿Y quién no? Piénseselo: Aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra. 



1 comentario:

  1. Me ha encantao....como todo lo que escribes....un besazo!!!!
    Eva Vargas

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