jueves, 11 de julio de 2013

EL PASO DEL TIEMPO
Mi vida transcurre con el pasar de las horas.

Hace dos años que veo pasar ante mí momentos cotidianos, importantes, llenos de alegrías y tristezas. De llegadas y partidas, de reencuentros y despedidas.

Más allá de mi cristal, se van sucediendo la lluvia, el viento, el frío, las heladas, la nieve, la escarcha.

En el andén la gente espera somnolienta, aburrida la llegada del tren que los llevará a su próximo destino. A través de la densa niebla se adivina su único y gran ojo, a medida que se acerca se escucha su tranqueo cansino y cuando llega se aprecia el paso del tiempo sobre su pintura descolorida y oxidada. Ha hecho muchas veces el mismo trayecto y arrastra la experiencia de muchos viajeros transportados. Somos viejos amigos.

Observa al hombre que llega en el último momento arrastrando pesadamente una maleta. Lleva gabardina y un sombrero, nadie viene con él. Mira hacía atrás con la esperanza de reconocer un rostro amigo, pero nada, sube al tren y me mira, no me ve, percibo una mueca triste en su cara envejecida y con andar apagado le veo sentarse al otro lado de la ventanilla, una lágrima cae por su mejilla que se seca con el dorso de la mano.

Cuando el tren ya se aleja, llega jadeante una joven que al verlo partir se sienta abatida en el banco que está delante de mí. Se lamenta, tal vez, por no haber estado allí para despedir a alguien. Al cabo de unos minutos, se levanta y se marcha arrastrando los pies y su tristeza.

Han pasado miles de trenes frente a mí y siempre se repiten las mismas historias.

Oigo el trino de los pájaros y el florecer de los árboles al otro lado de las vías. Es un día radiante, luminoso y alborotado. Hombres y mujeres con niños y mascotas pasean despreocupados mientras esperan la llegada de un nuevo tren que aparece alegre haciendo sonar su silbato y chirriando los frenos al detenerse. Al abrirse las puertas, de su interior descienden algunas personas. Entre ellas, una joven que busca ansiosa entre la gente. No tarda en encontrarle, porque entre la gente del andén, él sobresale por su altura. Y ella le grita, él se gira y sonríe, los demás pasajeros contemplan como se abrazan con ternura, como lloran de la emoción y como se besan. Se van de la mano mirándose a los ojos.

Y así historia tras historia voy siendo testigo de todas ellas. Las manecillas en mi esfera giran y giran sin parar. Llevo tanto tiempo en esta estación que nada me sorprende, pero todo me emociona. El "tic-tac" de mi maquinaria empieza a estar cansado, tal vez ha llegado el momento en el que tengan que reemplazarme, porque noto que el tiempo ha ido desgastándome.

"Este escrito lo he realizado en colaboración con mi sobrino Alfonso Moreno Moraga"

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