martes, 23 de septiembre de 2014

MIS PORRONCITOS
Cuando aún no había acabado mi carrera de maestra, mi querido padre insistió en que debía sacarme el carnet de conducir, porque siendo maestra cuando aprobara oposiciones me podrían mandar a cualquier remoto lugar de nuestra geografía (como efectivamente me ocurrió, otro día lo cuento) y teniendo carnet (y coche) podría tener toda la independencia de ir y volver a casa o vivir en algún pueblo grande donde tener más opciones para todo.

Y yo, hija obediente (y que estaba deseando aprender y conducir) me puse manos a la obra y me saqué el susodicho permiso.

Y claro, loca de contenta, llegué con el cartoncito provisional deseando coger su coche. Ese día era ya de noche y teníamos que ir a un pueblo cercano (el motivo no viene al caso, pero lo recuerdo) y él, un hombre de mucho asiento, me dijo que de noche era distinto conducir que de día, que el cartoncito que me habían dado no quería decir que yo supiera conducir, sino que estaba en camino de aprender. Testaruda yo, insistí, y al final cedió y me puse al volante de su SEAT 850, la niña de sus ojos, después de mi madre y sus hijos.

Ya en carretera, al cruzarme con las luces del primer coche, creí que me faltaba asfalto y con un susto de mil demonios paré le coche y le dije:
- Papá, tienes razón, conduce tú hasta que yo aprenda bien a medir las distancias.
Él sonrió y no dijo nada más.

Poco después me compró mi primer coche un seiscientos blanco de dos puertas, que se abrían de adelante hacía atrás al que llamé PORRONCITO. Con él pasé mil aventuras y disfrute muchísimo. Pero al llegar el invierno notamos que se mojaba al pisar los charcos, ¿lo normal? sí, lo normal es que se moje por fuera, pero este se mojaba por dentro, tenía los bajos picados y me compró otro, el mismo modelo y además éste solucionaba no solo el problema de los "charcos" sino también el del calentamiento (no el global) sino que para ir a Badajoz tenía que parar tres veces para echarle agua porque se calentaba una barbaridad y casi lo solucionaba con una "orejeras" que el anterior propietario le había puesto en los laterales y que, en la marcha, le permitía entrar aire al motor con lo que se calentaba menos (pero se calentaba).

Recuerdo que mi abuela siempre quería montar en mi seiscientos porque iba más "calentita". Claro el sistema de calefacción consistía en una palanca que abría una rejilla detrás del asiento trasero y entraba el calor del motor, esto coches llevaban el motor atrás. En verano no la abríamos, pero el calor se notaba igualmente. Bueno un poco menos.

A este segundo "seina" le llamé PORRONCITO PICHIRUCHI, y también tuve un montón de correrías con él. Mi padre, al que le gustaban los coches y la buena charla con los amigos, descubrió otro seiscientos, pero este el último modelo, "E", que abría sus dos puertas como los coches actuales. A este le llamaba "PORROCINTO PICIRUCHI DOS". Este Porroncito además incorporaba como extra un desconectador de batería. Que era como un tornillo que yo quitaba cada noche y que impedía que el coche arrancara aunque me hicieran un puente. Y esto permitió que no me lo robaran en Badajoz, durante mi época universitaria, una noche en la que me abrieron la puerta (que tampoco era muy difícil) y me manipularon los cables de arranque para llevárselo.

He recordado mis seiscientos por la foto que puso el otro día una amiga del Facebook (bendito invento) y he querido contárosla.

Lo que sí tengo que afirmar es que gracias a mi padre y a su consejo de sacarme el carnet hoy trabajo de maestra, (profesión que adoro y que me hace muy feliz) por lo que le estoy muy agradecida, por eso y por haber tenido el privilegio de haberlo tenido como padre.

Se que ahí donde estén, él y mi madre, siempre están conmigo, lo sé.


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