viernes, 19 de febrero de 2016


VOLVER A SER

Llevaba horas delante del televisor, mirando sin ver en la pantalla esa maraña en blanco y negro como millones de hormigas en lucha. La nada saliendo desde el receptor para inundarlo todo. Y en su ensimismamiento, Tomás no percibía el paso del tiempo. Podían haber pasado horas o días, tal vez semanas, pero un corte de luz le sacó de golpe del estado de letargo en el que estaba. La pantalla que hacía unos instantes lo hipnotizaba hasta la inconsciencia, se quedó de pronto negra, y fue como recibir una bofetada, un jarro de agua golpeándole en el rostro o una bocanada de aire que le sacara de su modorra.

De repente se dio cuenta de que el tiempo transcurrido sin moverse, le había entumecido algo más que el alma o el cerebro. Con mucho trabajo logró mover el cuello, poco a poco se fue incorporando, comprobando el estado desastroso en el que se encontraba.

Lo primero fue abrir las ventanas para renovar la atmósfera cargada del salón. La luz entró provocándole sensaciones olvidadas.

El aire olía a jarzmín y a primavera.

Se miró en el espejo del baño, casi no reconocía a aquel desconocido que le miraba detrás de esa barba descuidada y esa melena enredada.

Él, que siempre había sido una persona ordenada, atildada, elegante, cuidadosa se había convertido en un ser desaliñado y repugnante. Ella era la causante de su estado, ella la que le había empujado a la desesperación, a la deshora. Ella la que le había tratado como a un muñeco, la que lo había utilizado hasta que ya no le sirvió para sus fines y lo abandonó como se abandona a un juguete roto.

Él, que había sido el protagonista absoluto, el éxito personificándose en un hombre.

Era consciente de que había sentido que se le iba la vida sin ella, pero se negaba a caer más hondo en su miseria. Se rapó el pelo, su hermoso pelo negro, envidiado por todos sus conocidos y rasuró la barba que había colonizado su hermoso rostro, otrora bronceado. Estuvo bajo la ducha caliente mucho, mucho tiempo, intentando borrar tanto abandono, tanto asco, tanta injuria, tanta traición. Sin secarse siquiera, fue a la cocina, cogió una bolsa de basura y en ella metió todo lo que le recordara a ella y a ese ser inhumano en el que lo había convertido.

Con desinfectante limpió todo el apartamento hasta quedar exhausto y entonces se dio cuenta que estaba hambriento. Como de costumbre, en su casa no tenía nada para comer. Se puso unos vaqueros y una camisa blanca, unas sandalias de hacía muchos años, cuando aún era un joven universitario y se fue al restaurante de la esquina, donde solía cenar a la vuelta del trabajo. A pesar de haber estado allí en tantas y tantas ocasiones, Ramón, el barman, ya no lo reconoció.

- Buenas tardes, Ramón.
- Buenas tardes, señor. ¿Qué va a tomar?.

No lo había reconocido. Ellos que durante años habían hablado de fútbol, de toros y de la familia, de política, de cine y de mujeres.

Aquella sensación de ser otra persona no le disgustó. Llevaba puestas sus viejas gafas de pasta en contra de la costumbre de llevar lentillas que ELLA le había recomendado. Comió sólo, leyendo la prensa, ávido de noticias. Hacía semanas que no había sabido nada del mundo. Pero el mundo seguía como siempre, con los mismos problemas, las mismas noticias, las mismas esperanzas, las mismas ilusiones.

Pero al llegar a la sección de noticias locales no pudo evitar una sonora carcajada.

Ramón, el camarero, le miró sonriendo, sin comprender qué era lo que hacía tan feliz a su nuevo cliente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario