jueves, 19 de febrero de 2015




Sentada ante el papel en blanco, contemplo pasar la gente por la ventana del despacho.

Los papeles se acumulan sobre la mesa. El teléfono lo he desconectado. Tengo algunas citas esta tarde, pero ya no puedo anularlas. Tendré que acudir a ellas a pesar de mi desgana.

Me he levantado llena de apatía. He ido a la Audiencia a resolver algunos casos que menos mal que eran de puro trámite. Y después me he arrastrado como he podido hasta aquí.

Contemplo el desastre que son los expedientes que tengo que abrir, estudiarlos, prepararlos y encargar los trabajos a mis colaboradores. Pero no puedo. Una gran apatía se ha apoderado de mí.

Él se fue anoche dando un portazo. Es verdad que desde hace un tiempo las cosas no iban bien entre nosotros, pero no quería que pasara, o tal vez lo estaba deseando ¡no sé!. Y ahora se me abre un futuro en el que ya no seremos dos.

Y lo cierto es que no sé lo que realmente ha pasado. ¿Exceso de trabajo? Quizás nos hemos ido alejando sin darnos cuenta hasta que nos hemos convertido en dos extraños.

Al principio buscábamos cualquier ocasión para disfrutar de momentos especiales. Un encuentro en un restaurante, una escapada nocturna, un paseo por la montaña, una mañana de domingo bajo las sábanas.... con el tiempo la monotonía se ha apoderado de esta relación, hasta que ha llegado lo inevitable. Lo echo de menos, claro que lo echo de menos. Me gustaría volver atrás en el tiempo y no dejar que el aburrimiento se apoderase de una relación perfecta como la que teníamos. ¿Qué hacer ahora? Desde luego la indiferencia es el peor de los refugios.

Me he ido dando un portazo. Pero en realidad no quería irme. La amo, eso es indiscutible. Pero vivíamos en la misma casa sin vivir una vida en común.

¿Qué nos ha pasado?

No le echo la culpa a ella, tal vez es de los dos. Su trabajo, mis negocios, los viajes....

Siento una profunda tristeza, no quiero, no puedo, vivir sin ella. ¡Me niego! Debe haber una salida, una solución. 7 años de amor no pueden tirarse por la borda de una manera tan simple. Somos dos personas inteligentes y deberíamos saber salir del atolladero. Lo mejor es hablarlo.

Suena el timbre de la puerta. En la casa no parece haber nadie. Carlos se sienta en la escalera y espera. Su móvil vibra, pero no es la llamada que le gustaría recibir y la rechaza.

Empieza a sentir frío y se acurruca dentro de su abrigo de ejecutivo. Se adormece. No sabe el tiempo que ha pasado así, cuando una mano le sacude levemente en el hombro. Tal vez ha llegado el momento de empezar de nuevo.