lunes, 11 de marzo de 2013

Nuestra Kira (I)
Llegó a casa a principios de 2001. Era una bolita blanca con una trufita negra preciosa. A penas cabía en la palma de la mano. A veces dormía dentro de mis zapatillas.

La primera noche se la pasó llorando, aunque le habíamos puesto en su camita un reloj analógico, para el tic-tac, una prenda de vestir mía y una mantita para que estuviera calentita. Habíamos seguido todo el protocolo. Aun así, Rosa pasó toda la noche poniéndole la mano para que no llorara. Con todo lloró y lloró. A la noche siguiente la colocó en la cama para que no se sintiera sola y así hasta el día que nos dejó con nueve añitos y medio.

Fue nuestra "niña", nuestro tesoro, nuestra posesión más preciada (no se si ella era nuestra o nosotras  suyas).

Disfrutamos desde el primer día con sus orejitas puntiagudas, con su rabito izado, con su pelo blanco y suave, con sus juegos con nosotras, con los gatos, con sus juguetes, con los paseos, con sus carreras torpes al principio y ágiles y graciosas cuando creció.

Fue muy, muy buen. Hizo alguna trastada ¡claro!. No podía ver los paquetes de pañuelos de papel sobre la mesa, le encantaba hacerlos cachitos. Y tampoco le gustaba que Rosa fumara, así que, más de un paquete de tabaco le ha hecho añicos de pequeña. Después siempre se portó muy bien. Era sociable con los otros perritos y con las personas.

Recuerdo la primera vez que fuimos a la playa. ¡Madre mía! ¡Qué bien lo pasamos con el ir y venir de las olas!, al principio les ladraba como para avisarnos de aquel agua tan rara que iba y venía otra vez. Pero al rato se empezó a entrar para llegar hasta mí y al llegar se daba la vuelta como para que la siguiera y me saliera del agua, no fuera a pasarme algo. ¡Los hoyos que escavó! ¡Y cómo se revolcaba en la arena como una croqueta! Se ponía marrón, al llegar al aparcamiento la cepillábamos se quedaba blanca y suave otra vez, como una nube de algodón.

Si estábamos mal, no nos dejaba ni un momento, se acurrucaba a los pies de la cama haciéndonos compañía.

Era alegre y cariñosa. Divertida, muy divertida. Le encantaba ponerse en el balcón, se pasaba las horas curioseando lo que pasaba en la calle o tomando plácidamente el sol. También le gustaba que la acariciásemos en la pancita o detrás de las orejas y si dejabas de hacerlo te reclamaba más caricias dándote un toque de atención con la patita. Nunca tiró la boca y eso que unos de nuestros sobrinos, que era de su edad, le tiraba del rabo como ambos eran bebés.

Kira nos acompañó siempre en nuestros viajes. En vacaciones buscábamos siempre alojamiento donde nos permitieran tenerla con nosotras. En las visitas a la familia, ella era una más. Le encantaba el coche. Se colocaba entre los dos asientos delanteros y se inclinaba al coger las curvas con mucha pericia a un lado u otro, o se ponía encima de la que fuera de copiloto. Se dormía poniendo el hociquito en nuestro brazo. Le gustaba, como  a todos los perritos, sacar la cabeza por la ventanilla, cuando la velocidad era alta refunfuñaba y se metía para dentro sacudiendo la cabezita.

Kira ocupó nuestro corazón durante su vida y también ahora que no está.

A los tres años le buscamos un novio al que hacía rabiar y con el que tuvo su primera camada. El parto fue largo. Nos dijo nuestra veterinaria que querría estar sola en su sitio, así que protegimos la cama convenientemente y la dejamos allí cuando empezaron los dolores par que estuviera tranquila, pero ella nos buscaba, cogimos los bártulos y lo trasladamos todo al sofá del salón, con nosotras, y allí empezó a tener a sus cachorritos. Yo no había visto jamás un acontecimiento de ese calibre. Fue muy emocionante. Lo tenemos en vídeo.

Nació el primero y el segundo y el tercero y yo se los acercaba para que los lamiera y les diera ese alimento primero que cada cachorro necesita. Pero al llegar al cuarto, la pobre, ya no tenía fuerzas y tuve que ayudarla a que lo echara, rompí la placenta y le soplé en el hociquito, luego se lo puse y lo lamió, ese era Dalí que, cómo no, se quedó en casa. Los otros tres están en buenas manos, con buenas familias.

Después de dos años tuvo su segunda y última camada. Pasó más o menos como con Dalí. En esa ocasión el parto cogió a Rosa sola, y tuvo que pedir ayuda. Una de las crías no reaccionaba y tuvieron que darle calor con un secador, porque Kira la apartaba con el hocico, no parecía que fuera a vivir, era muy delgaducha, pero salió adelante y también se quedó con nosotras, era especial, era Baby, con ella nos aseguramos que siempre habrá en casa un westy o una westy descendiente de nuestra Kira.

En primavera del 2011, un día soleado, Kira, que hasta entonces solo nos había dado un susto se puso a respirar my deprisa. La llevamos a su veterinaria y la medicó. Pero la perrita no mejoraba y al cabo de varias horas la volvimos a llevar de urgencias. Al regresar a casa se quedó dormida y ya no se despertó más.

Sufrimos como solo se sufre cuando se quiere tanto a alguien que te lo ha dado todo a cambio solo de tu amor y tus caricias. No nos olvidamos nunca de ella. Sigue siendo nuestra REINA.

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