sábado, 13 de abril de 2013


SENTADO AL BORDE DE LA VENTANA
Se sentó al borde de la ventana; aunque era un primer piso, le dio vértigo colgar las piernas hacía la calle y esa sensación le provocó un cosquilleo en el estómago y un poco de miedo.

Hacía un día maravillo de primavera, el sol lucía hermoso e intenso y una brisa fresca acariciaba su piel.

Sí, decididamemte, iba a tomar el primer baño de sol de la temporada. Había que ir cogiendo color para el verano. Aunque nadie disfrutara de aquel cuerpo bien definido y terso. De su figura apolínea. Tomaría el sol para broncearse solo para él, ese color lechaceo de después del invierno le desagradaba.

Como en un ritual, preparó la hamaca, el libro, la mesita auxiliar y un poco de música. Después fue quitándose despacio la ropa, recordando cuando no era él quien se la quitaba, y al verse desnudo le invadió una gran añoranza. Deseo sentir su cuerpo tibio junto al suyo, sus manos recorriendo su espalda, su voz ensoñadora susurrándole palabras de amor "sencillas y tiernas", que dice la canción.

Poco a poco fue entrando en un agradable sopor, al que se abandonó plácidamente. De fondo, muy de fondo, escuchaba el trinar melodioso de los pájaros en las antenas de la azotea, el ronroneo distante de algún coche al pasar, y el viento, ese viento perfumado que se movía a su alrededor, que le tocaba levemente, como las yemas de sus dedos.

De pronto vio su imagen reflejada en el cristal de la puerta de acceso a la casa. ¿Quién era el que le miraba desde allí? ¡Era un anciano! Extendió su brazo intentando acompañar el gesto con palabras que formularan una pregunta. Pero las palabras se quedaron petrificadas en sus labios, la imagen había realizado el mismo movimiento. Se fijo en los ojos que lo miraban y percibió algo muy familiar en ellos, pero llenos de tristeza y soledad. Lo sintió desgraciado e infeliz.

Se despertó bruscamente con una sensación de angustia que le atenazaba la garganta. Meditó un instante y supo lo que tenía que hacer.

No, no cogería el teléfono, sino que saldría inmediantamente de esa cárcel que él mismo había construido. Derribaría el muro de orgullo que había levantado e iría en su busca. Le diría que jamás había amado a nadie hasta el extremo que le amaba, le pediría perdón por todos los agravios y le explicaría la desazón y soledad que su ausencia le había provocado. 

No quería estar sólo en un mundo sin su amor.

Un breve sueño le había hecho ser consciente de que lo que más le importaba en esta vida era su compañía.

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